Madame Louise Caroline Bourgeois Mi madre fue la culpable de que vea lo explicable y lo no tanto, desde un punto de vista biológico o científico; las monjas del colegio donde estudié más de diez años de mi vida me motivó a sentir una especie de alergia a Dios, por el simple hecho de ser mujer;lo que me llevó a sentir muchas veces una empatía por el rol de “personaje secundario” que interpretaba la virgen en los libros de religión (asumo que no ha cambiado).
El asunto es, que después de devolverle el abandono a J; se me fue difícil volver a tirar, sino hasta que valió la pena dejar de leer en la combi y observar morbosamente a un tipo físicamente inteligente paseando a su can, y alucinarlo entre mis piernas consumando nuestra calentura. Ya en mi colchón me la corrí y reafirmé la tesis de Aristóteles y Galeno y me alegré de pertenecer a ese 30%. Y me pregunto ahora, si mi fluido sabrá a un cabernet sauvignon; pues hace poco leí que el sabor del eyaculado femenino variaba en el transcurso del mes; sucede que una tía locaza hizo un estudio al respecto probando profesionalmente sus fluidos llegando a la conclusión de que cada semana del mes tenía un sabor característico, y este se tornaba más dulce a la proximidad de la menstruación, además de las bondades proteicas que la componen.
Y no pude evitar pensar si en ese instante en la combi, mi mirada habría sido como la de un tío morboso que saborea con los ojos un buen culo; y recordé parte de ese libro de pasta azul que alguna vez abrí “fundamentos de psicología y fisiología” y leí para amparar mi exacerbado impulso sexual antes de dejar poseerme por la “enajenación”, aquí lo cito porque no sabría decirlo mejor:
“Del mismo modo, eliminar los ovarios de una mujer heterosexual y darle testosterona no le haría perder su interés sexual por los hombres ni le haría desear involucrarse con otras mujeres. Ni siquiera perdería su impulso sexual. De hecho, quizás esta mujer se interese mas por el sexo que antes”.
Acá engordándome frente a la pantalla, estoicamente digo que extraño esos días de exacerbada testosterona y que Jung, Freud y Lacan me tomaron una vez más el pelo.